Fundacion Rogelio Salmona Foto: Portada Hiroshi Naito

Sin interés – con valor real Hiroshi Naito

En el 2002 escribí un ensayo revisando la década que siguió mi exposición “Protoforma”. Su título “Sin interés, con valor real”, expresaba en qué consistía mi deseo de que los edificios nacieran de la visión de una “protoforma”. En el ensayo discutía de manera general las características de los edificios recogidos en este libro. Sentí que debía dar una estocada final a los edificios engendrados por una burbuja económica, edificios que eran “interesantes pero sin valor real”. Llegué a sentir que quería crear edificios que tuvieran valor, aún si eso significaba que no tuvieran una apariencia interesante. Esto no quiere decir que mi objetivo fuera hacer edificios con apariencia “poco atractiva” sino que lo importante era su valor y, si para lograrlo, uno debe sacrificar una apariencia interesante, uno no debía sentir temor de hacerlo.

Pero, ¿qué tipo de edificios son estos? Aunque ya no se oye tanto, en Japón tenemos la curiosa costumbre de darle a alguien un regalo con las palabras: “es solamente algo poco interesante, pero…”. Hoy en día, en nuestra moderna sociedad americanizada, la expresión se evita pues suena como expresando una excesiva humildad, pero yo la veo de otra manera.

Aunque para algunos una expresión de humildad refleja una psicología tenue, la frase esencialmente significa que el sentimiento detrás del regalo es mucho más importante y que, comparado con ese sentimiento, el regalo es inane o “poco interesante”. Un regalo material no puede expresar adecuadamente el sentimiento que está detrás y por ello el donante, para comunicar ese sentimiento, se ve obligado a compararlo con el regalo, y presentarlo como algo disminuido e inadecuado en comparación con el sentimiento. Si mi interpretación es correcta, no puede haber una expresión más fina. Me dispongo a aprender de ella.

Esto es, aplicado a la arquitectura. Más que el edificio mismo, es el pensamiento y el trabajo que hay contenido en el edificio lo que tiene una riqueza especial. Si esto es así, naturalmente se debería declarar sin duda alguna que el edificio es algo inadecuado y “sin interés”. Este es el valor que le doy a las palabras “sin interés”. Para que un edificio poco interesante sea aceptable, una gran riqueza debe estar contenida en él: en las ideas de la gente que lo compuso, en las reflexiones de la gente que trabajó para construirlo y en los pensamientos y memoria del lugar donde el edificio fue erigido. Cuando todo esto se entreteje y exalta en el edificio, un valor verdadero ha nacido. Entre más amplia sea la tela y más complejo el tejido, más cargado de capas superpuestas se volverá el edificio y a la vez, menos llamativa y novedosa será su apariencia. En otras palabras, será menos “interesante”.

La civilización moderna y la arquitectura moderna valoran la claridad, la luminosidad, la transparencia, estar libre de contradicciones, la limpieza y la higiene. Adicionalmente, las cualidades de nuevo e interesante son consideradas importantes, aunque, bajo mi punto de vista, sin bases. Una apariencia poco atractiva se considera evidencia de falta de un espíritu ambicioso y progresista y es despreciada no sólo en el periodismo, sino también en la educación.

Pero esto es absurdo. La experiencia nos dice que cuando nos esforzamos mucho persiguiendo lo que tiene importancia –o, en otras palabras persiguiendo algo que tiene valor- de manera creciente nuevos elementos entran en el juego y el edificio se aleja cada vez más de la forma que habíamos logrado obtener inicialmente. Entre más elementos entran, crece el número de variables; de la misma manera que un computador se vuelve más lento cuando su memoria se llena, nuestros pensamientos se vuelven más lentos y nuestra forma pierde claridad. Y, a los ojos de quienes no entienden esto, lucirá solamente como “no interesante”.

He logrado la resistencia necesaria para perseverar y lograr un “edificio sin interés” mientras diseñaba el Sea Folk Museum y se volvió una actitud que he mantenido en mis proyectos en los siguientes diez años. En este libro, entonces, tal vez, están esos edificios “sin interés” que han resultado de mi deseo de crear algo que tenga un valor real.

En cada caso, a lo largo de la década que ha pasado desde la terminación de los edificios, han ido adquiriendo una personalidad independiente. Ya están encaminados en el gran flujo del tiempo que todos los edificios deben enfrentar. Al independizarse de quien los nutrió hasta su forma, una cosa se convierte en un medio de comunicación. Como alguien que ayudó a nacer estos edificios, el arquitecto está en disposición de cuidarlos tanto como sus dueños, pero los edificios mismos ahora hablan en sus propias palabras.

“Protoforma” es algo incrustado en las profundidades de nuestro ser. Para llegar a ella se necesita valentía para evitar sucumbir al deseo de una apariencia “interesante” surgida de variaciones formales. Para aquellos que no buscan el valor en la “protoforma”, ese edificio es simplemente “sin interés”. Es a ese tipo de gente, sin embargo, que yo ofrezco estos edificios, logrados con gran esfuerzo y dificultad, con las palabras, “es solamente algo poco interesante, pero…”.