La educación es la esperanza de trascendencia y encuentro de los seres humanos a lo largo de la existencia.
Es más que un compromiso social, un espacio de descubrimiento del propio ser y del mundo a través del intercambio de ideas, nociones, el estudio de teorías y escritos, la creación de nuevos universos.
Es un legado poderoso y transformador de la cultura y las sociedades en donde se siembra para el futuro.
Es una labor que engrandece y procura por el potencial de la humanidad. Los lugares donde ocurren los procesos de enseñanza y aprendizaje tamizan y originan escenarios mediados no sólo por la cultura y costumbres propias de una sociedad sino también por el espacio físico en los que las personas interactúan para reconocerse y cultivar su identidad.
No en vano la UNICEF trabaja desde hace ya unos años en la iniciativa CAI-Ciudades Amigas de la Infancia, en donde los espacios de encuentro y convivencia, así como las zonas verdes, son un derrotero de gran relevancia para tomar la arquitectura como agente de cambio y compromiso social también desde la educación.
Los
espacios físicos propios del aprendizaje como las aulas de clase, laboratorios,
bibliotecas, salones de artes, comedores y todos los escenarios de los que se
nutre el inventario pedagógico, se constituyen en un tercer maestro. Aquel que
promueve las relaciones con el mundo físico y genera percepciones, sentimientos,
dinámicas y visiones estéticas tan diversas como el universo mismo. Es este un
aspecto tan relevante de la educación que puede inspirar poderosas
transformaciones.
Cómo
lo dice el catedrático e investigador catalán, Joseph Muntañola “el lugar
habitado por las personas tiene una doble interacción: el medio induce
conductas individuales y el actuar de los habitantes modela el entorno”. Y para
completar su visión “se construye y deconstruye en ese habitar.”
Como
decía Rogelio Salmona la
arquitectura es “un gesto del espíritu, una forma de ver el mundo y
transformarlo”. Por esta visión humana y transformadora podemos develar la
intencionalidad detrás del proyecto arquitectónico del Gimnasio Fontana. Las instalaciones del colegio son el lugar en el
que la infancia de nuestros niños habita, ese escenario que acoge sus fantasías
y preguntas desde que inician su escolaridad para acompañarlos como morada en
su camino hacia el descubrimiento de sí mismos.
Las
plazoletas, corredores, rotondas y diversas zonas comunes se convierten en
lugares que propician encuentros y enseñan la importancia del diálogo y la
convivencia. Los corredores de circulación abiertos y que reciben el aire
natural, promueven una actitud tranquila y mirada profunda del entorno sin más
límites que la propia imaginación.
El
agua que nos recibe al ingreso es nuestra guía como elemento de fluidez y
cambio, y como símbolo de la fuente del saber y el inagotable potencial humano.
Las terrazas ofrecen un contacto con el entorno de la sabana y sus cerros, para
permite a los niños descubrir su lugar de residencia desde una perspectiva
geográfica de ubicación pero también de sostenibilidad y respeto e integración
con el medio ambiente.
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Recorridos interiores del colegio.
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Las
diversas aulas y espacios de encuentro como comedores y auditorio, con su
elemento común de luz natural, nos dejan entender la riqueza de esa iluminación
y su relevancia en nuestra cotidianidad como inspiradora y dibujante de figuras
y sombras.
Podríamos
decir que todos estos elementos y muchos más no solo generan escenarios de
aprendizaje característicos y que enriquecen nuestra pedagogía de la
creatividad sino que también generan en todos los habitantes de la obra de Rogelio Salmona una cultura estética, que
desde la primera infancia se nutre de la interacción espontánea y desprevenida
con una arquitectura rica en provisión de valiosas experiencias.