publicado a la(s) 17 jun 2016, 7:17 por Administrador FRS
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actualizado el 17 jun 2016, 15:55
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UNA CASA ES UNA CASA, ES UNA CASA ALTAZOR
Escrito
por Claudia Antonia Arcila
Fotografías
de Enrique Guzmán y Andrés Hernández
Fotografías:
Enrique Guzmán
Como
la rosa de Gertrude Stein, una casa es una casa, es una casa porque
con ella nace, como pieza indispensable de su arquitectura natural,
la misión de salvaguardar a quienes la habitan.
Hace12
años vivimos en Altazor. Recuerdo que antes de mudarnos me
desconcertaban sus proporciones, los espacios inhabitados me parecían
paradójicamente grandes y pequeños, y no entendía cómo iba a
acomodarse nuestro único sofá. Obviamente, mis preocupaciones
permanecían en silencio. El camino hasta ese momento había sido
arduo y tormentoso, el proceso constructivo muy complejo, el clima no
ayudaba, el resto de las circunstancias tampoco, y nosotros sólo
teníamos un sofá.
Los
primeros meses nos regodeamos en el abrazo generoso de su
arquitectura. La casa nos acogió con su temperatura tibia y sus
espacios se iban adaptando a la medida de nuestras necesidades, no
faltaba nada, no sobraba nada. ¿Quizás alguna cortina? ¿Una
blanca, transparente que diera cuerpo al interior de la casa? No, acá
no hacían falta las cortinas, era principalmente esa relación con
el entorno lo que iba construyendo el espíritu de Altazor. Ese estar
adentro y conmoverse de manera permanente con la contundencia del
afuera. El paisaje que entraba y salía en diferentes planos, de
acuerdo a la caprichosa aparición del sol, o la fuerza de la montaña
cercana que se iba diluyendo en el horizonte hasta dibujar la silueta
del cerro que descendía sobre la sabana. En sus primeros años,
Altazor acogió a muchos visitantes, arquitectos, especialistas,
fotógrafos, o estudiantes que venían a observarla, a tratar de
entenderla.
Pero, levantar la tierra al cavar es como cavar para que la memoria nos devuelva la autenticidad de los recuerdos y, a través de ellos, regresemos siempre al lugar que nos dio albergue durante dos horas o durante muchos años. Tiempos de la memoria. No importa la cantidad de recuerdos que guarde la casa sino la cualidad de los detalles que permanecen inmunes al olvido. Señales inconscientes y secretas de la emoción. Formas de ver, formas de oler, formas de palpar, a través de la cartografía personal; esas que nacen de la experiencia y de la cotidianidad trasmutadas por la imaginación. Escenas de resonancias que las lleva más allá del tiempo y del lugar, y las convierte en arquetipos de la propia vida. Y del propio sueño.
Cómo me gustaría decirle hoy a Rogelio que nuestro diálogo se ha perpetuado a través de Altazor.
Que es cierto que la “resonancias es lo que uno guarda, lo que uno activa”. Que sus espacios “han creado rincones, el rincón que uno tiene en el mundo, y ese rincón siempre es misterioso y hay que descubrirlo”. Que Altazor nos ha ido revelando con discreción sus secretos, que cada luna nueva es tan emocionante como la luna llena, que nuestro patio interior es la concreción de ese aljibe donde desciende el cielo, que la casa ha sido un descubrimiento permanente de rincones sorpresivos, que pude entender esa premisa según la cual el espacio es tiempo recorrido. Que el tiempo ha convertido nuestra casa en un hogar, en el lugar, que Altazor ha sido cuerpo y alma.
Como me gustaría tomarme un café con Rogelio Salmona en Altazor, y no decir nada. Recorrer sus terrazas, mirar con atención las coloraciones que ha ido tomando el concreto ocre, respirar el olor de la hierba húmeda, escuchar el sonido del agua que corre por las atarjeas, subir y bajar, contar 50 peldaños, presenciar un atardecer… Y entender que una casa es una casa, es una casa porque de ella también hace parte lo que no se dice, lo que no se ve.
Fotografías:
Izquierda - Andrés Hernández. Derecha: Enrique Guzmán |


Fotografías:
Andrés Hernández
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