UNAS POCAS PALABRAS SOBRE ROGELIO (1/3)
Carlos Morales Hendry
Proyecto: Cooperativa Los Cerros
Mis primeras memorias de Rogelio Salmona se remontan 45 años atrás. Era yo estudiante de arquitectura en la Universidad de los Andes en Bogotá cuando una tarde corrió el rumor de que un personaje rarísimo iba a presentar un proyecto. Cualquier disculpa era buena para no ir a la clase de Taller y, por simple curiosidad, casi todos nos reunimos para ver de qué se trataba. En las paredes estaban colgados los planos de uno de los más bellos proyectos que yo hubiera visto hasta el momento: la Cooperativa de los Cerros, cuya construcción se inició pero jamás concluyó. Durante muchos años la estructura estuvo abandonada en las laderas de los cerros bogotanos, y confieso que no volví a pasar por el lugar y hoy no sé qué habrá sucedido con ella.
Era un proyecto complejo, escalonado, imbricado a más no poder, con un impresionante estudio de niveles y escaleras que relacionaban con rítmica geometría los diversos pisos. La cubierta inclinada lo amarraba totalmente. Era en ladrillo y concreto expuestos, sólido y severo en su expresión, pero acogedor en cuanto generaba un gran espacio de acceso a través del cual se entraba a las distintas unidades. Además, había algunas planchas dibujadas a lápiz, en colores, no sólo con maestría, sino con evidente cariño. No se trataba de salir del paso. Repito, hasta ese momento no había visto un proyecto tan atractivo.
Al lado de los planos había un personaje inquieto, delgado, narizón, que se expresaba con rapidez. Aparentemente era el autor del proyecto. Tengo, como si fuera reciente, grabada su imagen, su hablar y sobre todo su modo de vestir, que rompía con la ortodoxia del momento. En una universidad donde los profesores de matemáticas nos retiraban del salón si no llevábamos corbata, estaba este señor con un suéter de lana verde oliva que le quedaba grande, unos pantalones de pana arrugados, también verdosos, y unas botas que evidenciaban el trajín al que habían sido sometidas. Cuando inició la explicación a gran velocidad y con evidente nerviosismo, empezamos a darnos cuenta de que nos encontrábamos ante alguien excepcional.
El proyecto lo estaba presentando ante un jurado a manera de validación de la carrera de arquitectura que nunca había concluido, como tesis de grado. Alrededor de él se generó una tímida discusión por cuanto ninguno de los asistentes se atrevía a debatir con Salmona (así supimos que se llamaba). Cuando alguno de los integrantes del jurado se atrevió a hacer una pregunta, bastante tonta por cierto, recibió una respuesta que fue como un latigazo.
–¿Y cómo se pueden hacer esas losas inclinadas en los techos de las zonas sociales?
–Con la formaleta. ¡Se pone inclinada!
No tuvo que decir nada más; el tono bastó para que todos comprendiéramos lo que pensaba acerca de quien había indagado, y a partir de ese momento se supo que no habría más preguntas sino apenas comentarios, susurros y murmullos entre los asistentes.
Así conocí a Rogelio.
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